Al tomar esas preciosas y grandísimas promesas, podemos ser partícipes de la naturaleza divina de Dios.
Hoy en día, Dios anhela que Su pueblo conozca la profundidad del amor. El deseo de Su corazón es que sepamos cuán importantes somos para Él.Él hizo todo lo posible para recuperar la relación que Él tenía con la humanidad. A causa de Su gran amor, y del sacrificio que Jesús realizó por nosotros; Él proveyó para cada una de nuestras necesidades.
Al ser conscientes de esta verdad, podemos también comprender la importancia de extender Su amor hacia nuestros hermanos, así como hacia todo el mundo. Extendámonos, y unifiquémonos en Su amor y en fe. Seamos testigos en el ámbito natural de lo que Dios nos ha provisto en el Espíritu.
Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
—Efesios 3:16-19
Esta oración es la voluntad de Dios para el Cuerpo de Cristo. Nos indica que podemos comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo. ¿Cómo? Existe sólo una forma: por medio del poder de Su Espíritu. El amor de Dios sobrepasa el entendimiento (va más allá de lo que podemos comprender con nuestros sentidos físicos). Lo cual puede sobrepasar nuestro propio entendimiento, pero no es imposible que podamos saberlo. En 1 Corintios 2:9,10, se nos explica que el Espíritu nos revela lo profundo de las cosas de Dios.
La promesa de Dios para el creyente
Un ejemplo de la promesa de Dios para el creyente la encontramos en Filipenses 4:19: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús». Dios es el creador de todo, y Él es más que suficiente para suplir nuestras necesidades como seres humanos. Todas las necesidades de esta vida ya han sido suplidas en el reino espiritual. Jesús pagó el precio y abrió la puerta entre el cielo y la Tierra. En la Biblia se enseña que toda la sabiduría y el conocimiento están escondidos en Cristo Jesús. También se manifiesta que estamos en Cristo Jesús; y que hemos sido llenos con la mente de Cristo. Por tanto, como creyentes, tenemos el derecho de disfrutar la sabiduría y el conocimiento que habita en Él.
Lo natural y lo sobrenatural
En Salmos 42:7 leemos: «Un abismo llama a otro…». Lo veo como dos mundos diferentes —el natural; es decir, el mundo físico y el sobrenatural o mundo espiritual—. En el primer “abismo”, el mundo natural, no puede surgir una necesidad que no haya sido suplida por el segundo “abismo”, el mundo espiritual. La Creación no es más profunda o más desarrollada en necesidades que el Creador en respuestas. Este mundo físico nunca será más grande que Dios. Él lo creó, y Él siempre será el Supremo, el Todo suficiente. Él es Dios y siempre lo será.
Cuando creó el mundo, Él planeó suplirlo conforme a Sus riquezas para siempre. No obstante, Satanás se involucró en el huerto de Edén e interrumpió la relación entre Dios y el ser humano. Por esa razón, Jesús vino y pagó el precio por los pecados de la humanidad, a fin de reincorporar lo natural a lo espiritual. Satanás cortó la línea por medio de la cual Dios le suplía a la humanidad; sin embargo, Jesús vino y reconstruyó ese puente.
Preciosas y grandísimas promesas
«Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina…» (2 Pedro 1:3, 4). Estas preciosas y grandísimas promesas conforman el puente que une el reino natural de la humanidad al reino espiritual de Dios. Por medio de la Palabra, el primer “abismo” llama al segundo, causando que las cosas de Dios (las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad) se manifiesten en el reino natural. Al tomar esas preciosas y grandísimas promesas, podemos ser partícipes de la naturaleza divina de Dios.
La naturaleza divina de Dios
¿Cuál es la naturaleza divina de Dios? El amor. Su naturaleza divina es suplir. Él es un dador, no un ladrón: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…» (Juan 3:16). En 2 Corintios 7:1, Pablo escribió: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de (o reverencia hacia) Dios». ¿Qué promesas? Las encontramos enlistadas en el capítulo 6:16-18: «¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque (1) vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: (2) habitaré y (3)andaré entre ellos, y (4) seré su Dios, y ellos (5) serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; (6) y yo os recibiré, (7) y seré para vosotros por Padre, (8) y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso». Pablo tomó estas ocho promesas del Antiguo Pacto y las reconoció como una realidad en Su propia vida. Aunque él había armado un complot en contra de los cristianos y apoyó cuando apedrearon a Esteban, él pudo escribir de manera sincera: «Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado» (2 Corintios 7:2). El hombre que conspiró en contra de la iglesia, murió en el camino a Damasco y un nuevo hombre nació. Ya sea que se sintiera como un apóstol o no, lo pareciera o no; él creyó en la Palabra de Dios y actuó conforme a ésta, por medio de la fe. Cuando lo hizo, Dios liberó poder en lo espiritual para convertir en una realidad esas promesas en el reino espiritual.
Crea en la Palabra de Dios
Hoy en día, usted como creyente debería ser como Pablo. Crea la Palabra de Dios y actúe conforme a ésta. Si necesita sanidad, aférrese a las promesas del Señor referentes a su sanidad y permanezca firme.
Participe de Su naturaleza divina, y la sanidad se manifestará en su vida. Si necesita ser exitoso en su trabajo, entonces aférrese a la promesa del Señor: “Y bendeciré toda obra de tus manos” (Deuteronomio 28:12, paráfrasis del autor). Comience a actuar conforme a la Palabra, permanezca a la expectativa de que la obra de sus manos prospere. Cuando lo haga, el Señor se manifestará de una manera muy especial y todo mejorará. Dios no es hombre para que mienta, sino que es fiel a Su Palabra. ¡Alabado sea el Señor!.